◼ FORMACIÓN ◼
El acontecimiento
Esta solemnidad ha sido trasladada al domingo 7º de Pascua desde
su día originario, el jueves de la 6º semana de Pascua, cuando se cumplen los
cuarenta días después de la resurrección, conforme al relato de San Lucas en su
Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles; pero sigue conservando el
simbolismo de la cuarentena: como el Pueblo de Dios anduvo cuarenta días en su
Éxodo del desierto hasta llegar a la tierra prometida, así Jesús cumple su éxodo
pascual en cuarenta días de apariciones y enseñanzas hasta ir al Padre. La
Ascensión es un momento más del único misterio pascual de la muerte y
resurrección de Jesucristo, y expresa sobre todo la dimensión de exaltación y
glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la
humillación padecida en la pasión, muerte y sepultura.
Al contemplar la ascensión de su Señor a la gloria del Padre, los
discípulos quedaron asombrados, porque no entendían las Escrituras antes del
don del Espíritu, y miraban hacia lo alto. Intervienen dos hombres vestidos de
blanco, es una teofanía, la misma de los dos hombres que Lucas describe en el
sepulcro (24,4). En ellos la Iglesia Madre judeo-cristiana veía acertadamente
la forma simbólica de la divina presencia del Padre, que son Cristo y el
Espíritu. Las palabras de los dos hombres son fundamentales: Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para
subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse (Hechos 1,11). En un
exceso de amor semejante al que le llevó al sacrificio, el Señor volverá para
tomar a los suyos y para estar con ellos para siempre; y se mostrará como
imagen perfecta de Dios, como icono transformante por obra del Espíritu, para
volvernos semejantes a él, para contemplarlo tal como él es (1 Juan 3,1-12).
Contemplando en la liturgia el icono del Señor - sobre todo en la Eucaristía -
intuimos el rostro de Dios tal como es y como lo veremos eternamente. Y lo
invocamos para que venga ahora y siempre.
En el relato de este misterio según el Evangelio de san Mateo (28,19-20),
el Señor envía a los discípulos a proclamar y a realizar la salvación, según el
triple ministerio de la Iglesia: pastoral, litúrgico y magisterial: Id y haced
discípulos de todos los pueblos (por el anuncio profético y el gobierno
pastoral, formando y desarrollando la vida de la Iglesia), bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (aplicándoles la salvación,
introduciendo sacramentalmente en la Iglesia); y enseñándoles a guardar todo lo
que os he mandado (mediante el magisterio apostólico y la vida en la caridad,
el gran mandato). Se está cumpliendo el plan de Dios, y la salvación, anunciada
primero a Israel, es proclamada a todos los pueblos. En esta obra de conversión
universal, por larga y laboriosa que pueda ser, el Resucitado estará vivo y
operante en medio de los suyos: Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo.
El misterio
La lectura apostólica que propone la Iglesia interpreta
perfectamente el acontecimiento de la Ascensión del Señor, adentrándonos en el
misterio del ingreso del resucitado en el santuario celeste. Ahora podemos
decir con el canto del Santo que los cielos y la tierra están llenos de la
gloria de Dios (En Isaías 6,3 sólo se nombraba a la tierra). Ahora, con la
ascensión de la humanidad del Hijo de Dios, conmemorada en el misterio
litúrgico, sobre la que reposa la gloria del Padre, adorada por los ángeles,
también nosotros somos unidos por la gracia a esta alabanza eterna, en el cielo
y en la tierra. Estamos en el penúltimo momento del misterio pascual, antes de
la donación del Espíritu Santo al cumplirse los días de la cincuentena, el
Pentecostés.
La vida cristiana
Las oraciones de esta solemnidad piden que permanezcamos fieles a
la doble condición de la vida cristiana, orientada simultáneamente a las
realidades temporales y a las eternas. Esta es la vida en la Iglesia,
comprometida en la acción y constante en la contemplación. Porque Cristo,
levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres;
resucitando de entre los muertos envió a su Espíritu vivificador sobre sus
discípulos y por él constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento
universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre, sin cesar actúa
en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia y por Ella unirlos a sí
más estrechamente y, alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre, hacerlos
partícipes de su vida gloriosa. Instruidos por la fe acerca del sentido de
nuestra vida temporal, al mismo tiempo, con la esperanza de los bienes futuros,
llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y labramos
nuestra salvación (Vaticano II, Lumen gentium 48).
FUENTE: ACIPRENSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.